La impaciencia es una mala amiga de la tranquilidad espiritual. Nace cuando uno de los sentidos se altera y no lo controlamos y pasamos desapercibidas sus consecuencias. La impaciencia es deseo del cuerpo, no del espíritu.
El hombre inteligente es aquel que se da cuenta de que posee un alma. Es aquel que aprende a respirar en tres mundos: en la realidad del planeta, en la realidad del cosmos y en su propia realidad.
Hay hombres que piensan en comer y sus neuronas son nutrientes animales. Hay otros que piensan en Dios y se endiosan.
Cuerpo que se pudre y se descompone en gusano. Gusano que es la sombra real de algo más real: las alas de la mariposa.
Dentro del marco universal se encuentra la vida de pie dispuesta a caer... decidida a surgir de nuevo.
La fama es el encuentro con uno mismo en la imaginación de millones de cerebros.
La duda es como una hoja de un árbol que vio que para poder ser más grande que él tenía que convertirse en la sombra negra para sobrepasar los limites de este.
La muerte es el comienzo de la sabiduría del cosmos. Cuando vivimos nosotros tratamos de aprender de él. Cuando morimos es él quien sabe de nosotros y aumenta aun mas su saber de sí.
¿Cuántas cosas sabemos acerca de nosotros mismos? Parecería imposible describir todo lo que hemos aprendido de nuestro orígen y de nuestro posible futuro. En las últimas décadas los adelantos tecnológicos han permitido a las ciencias acercarse un poco cada vez más a respuestas inesperadas, a conclusiones que corroboran la sabiduría intuitiva que muchos de nosotros hemos expuesto a través de las eras. Estos adelantos también nos permiten formularnos preguntas más cercanas a esa verdad plural que siempre hemos buscado: El orígen de nosotros como engranaje consciente de todo lo que existe. Si venimos del comienzo del tiempo, del espacio, del universo, de toda la existencia, entonces en nuestra carne perecedera deberíamos llevar indicio de lo eterno, ¿verdad?... ¡No! El universo no es eterno... Pero tampoco somos solamente carne...
