El Hombre, El Trabajo, El Tirano Y La Libertad

Años atrás, cuando comencé a trabajar y me uní a los que cargan cadenas a sus cuellos debido a la inexperiencia y a la necesidad, yo me sentía con poder para romper los yugos con la fuerza de mi libertad interna, con mis ideales, con mis ganas de triunfar. Yo pensaba que el bajo salario y las largas jornadas eran circunstanciales y que muy pronto tendría un golpe de suerte que me llevaría a ocupar otros cargos y a disfrutar de una mejor vida, algún día.

Pero del deseo al hecho hay trecho y pronto me encontré con la barrera ideológica que impone el sistema a los que no saben y a los que no tienen. Si no sabes no subes; pero si subes y no sabes, te caes y si no hay quien te empuje mientras te utiliza entonces te aplasta el sistema.

Debido a mi ignorancia del tema, sobre mi cabeza se pararon muchas libertades de otros. Mi ceguera de la realidad era tal que me obligaba a permitir ser usado, aun rechazándolo dentro de mi ser, en función de una tiranía, de un mecanismo de esclavitud que se implanta bajo el manto de las leyes tácitas corporativas. Mientras más aprendía mi oficio, más libertades creaba para mi opresor y por supuesto más eslabones para la ya larga cadena de obligaciones.

En este caso, el tirano creía pensar por mí. Creía saber cerrar las salidas a mis derechos imponiéndome tareas y quehaceres, llenando mi mente de cosas sin objetivo para mantenerla ocupada por largas jornadas que poco a poco me harían dependiente de su dirección para yo sentirme útil. Lo que para él pasó desapercibido era mi disposición a ser libre. Su ego era tan enorme que siempre me veía como incapaz de llegar a donde se encontraba su trono. Ni siquiera se imaginaba que yo cada día era más diestro en lo que aprendía y que con el tiempo a mi favor pude usar mi cadena para alcanzar la llamada cumbre, sin que él me viera... Así, ya cuando el tirano llegaba de disfrutar todo el día de sus libertades a quitarme las mías, yo mismo había construido mis propios eslabones durante la jornada. Todo estaba hecho, todo lo conocía, yo era el dueño tácito de su barco y la dirección que llevaba era la mía. Pero como ocurre a todos los tiranos, su orgullo lo enceguecía y cuando más trató de sepultarme bajo su mando, yo por mis internas libertades me le escabullía.

Creyó humillarme rebajándome a limpiar los pisos, pero cada día más lustrosos se veían. Creyó aniquilarme usando mis horas para construir sus créditos, pero era el toque de mi mano lo que en su obra todo el mundo veía. Yo entonces pasé a ser quien sabía qué hacer, a qué momento y en qué instante. Yo conocía todas las rutinas de su propio trabajo y sin embargo él pensaba que eran sus ideas las que tomaban forma y así poco a poco se fue convirtiendo en un lunático: llegó a pensar que yo le adivinaba el pensamiento.

En corto tiempo, aprendí a usar cada minuto para ser más veloz, más exacto, más completo para cada obra que emprendía. Podía estar haciendo varias cosas al tiempo en completa armonía, agilizando mi mente para pensar más rápido que las órdenes que recibiría. Así el tirano creía haber hecho cosas que ni siquiera él había pensado en hacer. Mis cadenas ahora eran mis alas y pronto aprendería a volar por encima de su propio territorio...

 

Muchas cosas se pueden aprender cuando se tiene la cadena al cuello:

Se puede aprender a callar y a obrar en silencio. Se puede entender las razones por qué los sistemas permitan que existan seres con más facilidades para vivir que los otros. Pero también se puede aprender a conquistar esa rebeldía que todos llevamos por dentro para convertirla en la más poderosa arma para alcanzar la libertad. Cuando se comprende que la conciencia humana está hecha para resistir todo tipo de presiones, es un paso para conocer la medida de la libertad que se desea. Las presiones nos afectan en la medida que dejamos que ellas nos controlen debido a nuestra ignorancia de los factores. Cuando eso ocurre, una muestra de mediocridad hace que el tirano punce con su orgullo engreído nuestra propia identidad. Y entonces nos hace sentir inútiles y dependientes de su saber y de sus órdenes. Pero la única cadena que nos ata al yugo de los otros, es la ignorancia. Y muchas veces se ignora porque no se observa o no se obra.

La presa favorita del tirano es aquél que teme aprender por temor a errar, porque cuando ante el débil se presenta quien adula de abundancia y de éxito, este entrega sus manos y su conciencia a los deseos del poder. Hay quienes no aprenden nada nuevo por simple comodidad y su estilo de rebeldía llega a tal punto que no hacen más que lo que se les pide y siempre lo hacen mal para no tener que hacer otra cosa diferente más allá de lo que saben. Siempre reniegan detrás de su opresor y agachan su cabeza cuando éste está presente, porque de una u otra forma le temen. Estos dan la apariencia de serviles pero no hacen mucho. Son en cierta medida, conciencias útiles nada más que para perpetuar la libertad que tiene el tirano para dar sus órdenes. Sin embargo, estos individuos terminan siendo víctimas de su propia estrategia, pues su ausencia de deseos para aprender y aplicar conocimientos los hace permanecer en ese mismo estado siempre. Viven en un caos interno continuo, siempre esperando que algo externo a ellos los saque a flote de sus deberes. Para eso entonces es que es útil el tirano, para hacerles creer que sin su dominio, ellos para nada sirben.

En el caso de mi tirano, acostumbrado a tratar súbditos con ese tipo de mentalidad, creyó que por mi prolongado silencio, yo había asimilado completamente sus deseos. Ya él veía mi cadena tan larga como para usar cada segundo de mi vida y no tener tiempo de pensar en nada más. El se reía por el peso que él pensaba yo tenía que cargar. Pero no pensó que mi aspecto sumiso era mi estrategia para utilizar todas mis fuerzas y mi conocimiento para dominar sus presiones.

Aprendiendo a usar el tiempo, el espacio y las probabilidades, lo hacen a uno diestro en el arte del hacer. Esto es lo que hace libre al hombre del dominio del otro. La habilidad en el manejo del conocimiento es lo que da la llave para entrar al cuarto privado del tirano y conocer la causa de sus órdenes. Sabiendo por qué el tirano obliga, conociendo los provechos que él obtendrá por mi acto mientras me hago visible a quien le premia, es dar un paso más, es tener dos respuestas más que el que hace la pregunta, es tomar las riendas tacitas de gobierno, es ser más que el jefe.

Cuando el tirano comienza a depender de uno contínuamente para cumplir con su obligación, es señal de la caída de su imperio. Pero un imperio no cae fácil y ese derrumbe puede ser amargo y lento desde todo punto de vista. Pero aunque agobiante es fortaleciente. Cuanto más hay que hacer, sabiendo hacer, se olvida el cansancio. Si se hace bien, haciendo más, cualquier gobierno que haga menos, cae.

Cuanto más el tirano se cerciora de la maestría de su súbdito, más trata, desesperadamente, mediante humillaciones y palabrerías y nuevas reglas, de poseerlo. Pero esa lucha es bella cuando se sabe qué es lo que el otro verdaderamente quiere y no se lo dejamos tener ya que quienes premian al tirano ahora ven tu obra y la comparan con el ayer...

 

La moraleja:

Revolotear hasta conocer íntegramente la jaula y dejar que las alas sean el vuelo. Un mirar fijo, una apariencia de quietud interna, fuerza de voluntad, persistencia, perfección. Eso es lo que más teme el tirano, pues si él ve todo esto en un individuo, lo envidia y lo odia. Construir sobre su sistema y mejorar, es su derrota. Tarde o temprano, los que le dieron el trono al tirano ahora te lo darán a ti.

 

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